Algunas reflexiones de una urbanita en el monte

Vanessa Gocksch

Hace seis años decidimos con mi familia irnos a vivir al monte en la Sierra Nevada de Santa Marta para construir un hogar y una comunidad. Una experiencia exigente que nos ha enseñado mucho, especialmente, sobre el buen uso de la energía, en su más amplio sentido. Se dice que para sobrevivir se necesitan tres cosas: un refugio, comida y agua. Claramente en nuestro mundo civilizado hemos resuelto esto hace rato y un porcentaje de la población vive en un contexto híper sofisticado e hiper glotón, del cual no están conscientes.

Los civilizados (así nos llaman los indígenas de la Sierra y considero que es el término más adecuado) no hemos entendido el costo real de nuestra vida cómoda, porque casi todo lo que consumimos llega de industrias alejadas, de fuentes invisibles y mal entendidas. Pocos están haciendo la cuenta del costo real de las cosas que consumimos para el planeta. Pagamos muy barato nuestra electricidad, comida, ropa, gasolina , casa, coches, celulares, pero esto solo es posible debido a las energías fósiles. Por medu a ellas, y a las máquinas, hemos logrado hacer todo muy rápido y con poca necesidad de energía humana. Si se fuese a hacer la cuenta de la cantidad de energía que he utilizado en un año y traducirlo a energía humana, ¿cuántos esclavos tendría que tener a mi disposición para sostener mi vida? ¿Tiene realmente sentido consumir más de lo que uno puede producir por sí mismo? No parece muy lógico, y en las sociedades indígenas de las Américas había, y a veces sigue habiendo, reglas muy estrictas para limitar el consumo.

Los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta viven en casas que podrían ser las mismas que hace 5000 años. No han desarrollado mucho la manipulación del mundo material, no han inventado muchas tecnologías, pero tienen un trabajo espiritual muy sofisticado que es el centro de su vida. Como parte de su trabajo espiritual han desarrollado técnicas o rituales que les permite tomar conciencia de todo lo que consumen. Consideran que cada cosa que se toma de la naturaleza (o industria) tiene un costo espiritual y requiere una retribución. Como explican, “no puedes ir a una tienda, coger un artículo e irte sin dar algo a cambio, es lo mismo con la naturaleza, lo que se toma se debe de pagar”. Ese pago lo hacen por medio de rituales de meditación (que llaman “pagamentos”). Puede un civilizado creer o no que un trabajo espiritual pueda retribuir algo a la naturaleza; ya sea seo cierto o falso, no importa, pues no deja de ser una valiosa costumbre, ya que cada adulto está obligado a hacer un largo trabajo de toma de conciencia por cada árbol cortado, piedra movida o animal matado.

En Colombia hace varias décadas se está viviendo un inmenso éxodo desde el campo: miles de campesin@s desilusionados por una vida insostenible, ilusionados por la televisión o forzados a abandonar sus territorios por los intereses económicos de otros, se han ido a poblar las ciudades de Colombia. En contraposición, pero en un porcentaje mucho menor, siempre han habido seres urbanos, como mi compañero Juan y yo, que hemos decidido dejar las ciudades e irnos a vivir al campo o al monte; no por necesidad, sino por deseo. En nuestro caso optamos por el monte en las faldas bajas de la Sierra Nevada de Santa Marta, cerca de Palomino donde hace 10 años compramos un terreno que hoy alberga un espacio cultural: SELVATORIUM.

Como colonizadores urbanos del monte serrano venimos siendo la generación que yo llamaría post Hippy kogi. Los “hippy kogis” originales llegaron desde las ciudades en las décadas del 70 y 80 del siglo XX, a la Sierra Nevada con el auge del hipismos o por sus propias búsquedas, muchas veces espirituales. Ellos, los hippy kogis, en la época que llegaron a la Sierra tuvieron que ser muy radicales en su decisión de abandono de la civilización ya que escasamente llegaba una carretera al pies de la Sierra y la luz eléctrica fue llegando a pocas zonas de manera paulatina; los demás servicios básicos no existían.

La mayoría se la jugaron toda, optando por subir bien arriba en la Sierra y aprendiendo a vivir de la tierra y de sus manos, y adoptando más o menos, según cada familia, la cultura indígena. A nosotros no nos interesaba pasar a un modelo de vida tan diferente al nuestro. Adicionalmente ambos somos creadores y queríamos seguir creando y participando en el mundo. Decidimos que nos iríamos a vivir al monte cuando fuera posible instalar internet y luz eléctrica.

El Selvatorium se encuentra a dos lomas grandes del pueblo de Palomino. Todo el terreno es montañoso y, aunque no fue tan complejo instalar un sistema de luz eléctrica solar, solamente fue hasta el siglo XX que logramos tener Internet. En ese momento nos instalamos y empezó nuestra experiencia des-civilizadora. Decidimos aprovechar al máximo la arquitectura y los materiales locales. Poco a poco fuimos construyendo casas de tierra y palma en conjunto con nuestros vecinos, que aportaron conocimiento y trabajo físico. La palma fue cosechada en el filo del terreno; la arcilla se trajo desde el otro lado del río; instalamos la luz en cada casa; instalamos el agua por tubería desde un nacimiento a 500 metros y se instalaron puntos de agua, tanques, lavamanos, baños, filtros; limpiamos monte, sembramos, nivelamos terrazas, construimos muros de contención con piedras cargadas una por una desde el río; hicimos muros de tierra; lidiamos con enfermedades; trajimos comida cada semana desde el pueblo y organizamos todos nuestros residuos para deshacernos de ellos de la manera correcta.

Nuestra experiencia al utilizar energía solar nos obligó a limitar nuestro uso de la electricidad. Al generar uno mismo su electricidad toma conciencia de sus limitaciones y aprende a tomar decisiones relacionadas al uso: ya no es infinita como cuando llega por una red de distribución, sino que sólo hay cierta cantidad para el día y que, dependiendo del clima, fluctúa. Se aprende a sacrificar ciertas cosas en pro de otras; en nuestro caso sacrificamos el refrigerador en pro de la lavadora. El funcionamiento de los aparatos es responsabilidad de uno y eso es empoderador, sobre todo en el contexto de la Sierra donde la empresa que brinda el servicio de electricidad a la población es tan deficiente que viven con constantes cortes eléctricos y la única solución que tienen es el reclamo. Adicionalmente esta electricidad departamental proviene por una termoeléctrica que consume agua carbón y genera CO2.

La posibilidad de construir desde cero, a una hora de camino de herraje una pequeña comunidad es una experiencia que nos ha permitido entender (un poquito) la energía requerida para tener casa, comida, salud, servicios etc..Me acordaba de las casas de mi infancia, cómodas y llenas de arte y lujos con la multiplicidad de vasos que se utilizan según qué bebida se va a tomar, por ejemplo. En la Sierra, estas sofisticaciones materiales son poco comprensibles. No se cuenta con más energía que la propia, la energía de cada ser humano. Tomando en consideración el hecho de que prácticamente todo lo que consumen los indígenas de la Sierra es fabricado o sembrado por ellos mismos y el trabajo que implica hacer los pagamento está claro que lo superfluo no les interesa ya que requiere de una energía no disponible. De la civilización únicamente adoptan tecnologías que realmente les parecen que aportan más a sus vidas: ollas, machetes, botas de caucho, tela de algodón, platos. Son pocas cosas que consumen de la industria. Dentro de éstas también está el alumbramiento con electricidad limitándose a las linternas. Hace décadas que utilizan linternas con baterías pero les ha parecido mucho más interesante las linternas solares ya que es una sola compra que les puede durar mas de un año.

Habiendo conocido una familia que vive mucho más arriba en la montaña de modo completamente auto suficiente, mi esposo les pregunto que necesitaba que le llevaremos de regalo la próxima vez que fuéramos a subir y la respuesta fue aceite y lámparas solares.

La vida austera de los indígenas me ha ayudado a comprender que no necesitamos tantas COSAS para vivir. Mis investigaciones en Internet me han informado que no podremos vivir todos en el planeta si apuntamos a un estilo de vida “primermundista”, pues son demasiados los recursos y la energía requerida. No tiene sentido instalar energía solar para calentar o enfriar una casa de 200 metros cuadrados, tener dos neveras y 50 puntos de luz. Los que tenemos la opción, debemos aprender a reducir nuestro consumo. Eso no significa que todos debamos irnos a vivir al campo en casas de palma, pero sí hacer sacrificios y pagamentos según nuestro ideal del buen vivir.

Palomino, La Guajira – Colombia

Septiembre de 2021