El envejecimiento del clero
impide su relevo generacional

Fotografía: Yon Recio

España cuenta en la actualidad con 1.213 seminaristas, cifra que muestra que desde el año 2001 hasta hoy, nuestro país ha perdido 523 seminaristas matriculados. Un descenso que lleva a pensar que podría haber una pérdida vocacional hacia el clero.

¿Por qué un religioso elige el camino de un seminario?

Las personas que sienten la llamada de Dios deciden dedicar su vida al servicio religioso. Una de sus posibilidades es matricularse en un seminario donde se forman para ser sacerdotes en el futuro.

Un sacerdote puede pertenecer a una diócesis o a una orden religiosa. Por explicarlo de manera simple, el sacerdote diocesano pertenece a una diócesis, una zona geográfica definida y presidida por un obispo donde éste adquiere una autorización para enseñar la fe.

En cuanto a su espiritualidad, cada sacerdote diocesano puede elegir la que más le ayude: algunos buscan su propio camino, otros se suman a la espiritualidad franciscana, carmelita, del Opus Dei, del movimiento de los focolares, de los jesuitas, del Regnum Christi o de muchas otras realidades en la Iglesia.

Por otra parte, el sacerdote religioso, además de los compromisos propios del estado sacerdotal, se vincula a una congregación u orden aprobada por la Iglesia a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia y el compromiso de vivir según unos estatutos o reglas de su instituto. Cada comunidad tiene una jerarquía interna.

El sacerdote religioso participa del carisma de su comunidad o congregación. Así, además de ejercer su ministerio sacerdotal, la labor de su congregación y la misión que le confía colorea toda su vida: atención a los enfermos, a los más pobres, educación de la juventud, formación de otros sacerdotes, investigación, etc. También pueden colaborar con los obispos diocesanos en sus parroquias.

El nuevo comportamiento de los jovenes religiosos

Este camino no siempre es el más atrayente para los jóvenes, lo que hace que la Iglesia mire con preocupación el envejecimiento de su ‘plantilla’: en España hay 19.000 curas y la mitad de ellos supera los 64 años. La cifra es insuficiente para llevar a cabo un cambio generacional, tal y como señala Pablo J. Ginés, redactor jefe de Religión en Libertad.

"Si no hay jóvenes practicantes difícilmente habrá seminaristas, a menos que se traigan del extranjero", explica este periodista, que alude a un estudio de la asociación E-Cristians en el que se calculaba que en toda Cataluña (siete millones de habitantes) había apenas 7.000 jóvenes practicantes que tuvieran entre dieciocho y veiniticinco años, edad clave para entrar en el seminario. De ellos, entre un 40% y un 60% tienen creencias religiosas, pero no van a misa.

Para él, un factor a tener en cuenta a la hora de analizar el número de seminaristas de las diócesis españolas es la demografía. Pero otro factor también a tener en cuenta es la existencia de directores vocacionales capaces de atraer "más y mejor".

La existencia de una sociedad envejecida, la escasez de familias numerosas, el descenso de matrimonios y menos jóvenes practicantes son algunas de las causas que, según este redactor, apuntan hacia el descenso de matriculados.

“Hay una edad clave: los 13 años", señala Ginés. "A veces, después de la Confirmación, a veces antes, cuando los jóvenes sociológicamente católicos que aún iban a la parroquia, dejan de acudir, pues ya no hay nada para ellos. Excepto en parroquias con sistemas scouts católicos o iniciativas novedosas como Life Teen”.



 

A pesar de que el número de abandonos en los seminarios se ha visto reducido en los últimos quince años (noventa renuncias menos), sigue siendo llamativa la proporción de jóvenes que se desligan del seminario antes de ser ordenados sacerdotes. Pero, ¿Por qué no llegan hasta el final del proceso?

“Estos jóvenes suelen tener ganas de servir a Dios, a la Iglesia y evangelizar, pero hoy todo esto se puede hacer también como laico misionero, hermano consagrado o como profesional cristiano comprometido. Más aún: “Es posible que algunos jóvenes sientan que como laicos, en su movimiento o comunidad, o siendo profesor, emprendedor, etcétera, puedan evangelizar con más libertad que como sacerdote”, señala Ginés.

Además, apunta que estos abandonos de jóvenes suelen darse con más frecuencia en las diócesis rurales, donde hay pocos seminaristas, ya que su actividad está más enfocada a ‘gestionar la decadencia’, especialmente la celebración de misas y, sobre todo, entierros.
   

Madrid, Sevilla y Toledo registran el mayor número de seminaristas ordenados

Aragón, Cataluña, Islas Baleares y el País Vasco registran las cifras más bajas de seminaristas en nuestro país. ¿Por qué estas comunidades? Ginés menciona la división de la región en muchas diócesis pequeñas, como le pasa a Aragón. Otras causas que apunta son las cuestiones lingüísticas tras misas que no se ofician en castellano o las dificultades logísticas de las islas.

El número de seminaristas ordenados en nuestro país ha descendido. De 227 ordenados en el año 2001 se ha pasado a 132 en 2016, lo que supone una diferencia de 95 ordenados menos. Este descenso de seminaristas ordenados ha sido progresivo durante los dieciséis años que se han analizado. En los ocho primeros años hubo entre diez y veinte diócesis en las que no se ordenaron seminaristas, pero esta proporción aumenta en el segundo periodo que abarca hasta 2016, pues cerca de treinta diócesis no tramitaron ningún ordenado.

 

Mapa: Alejandro Zappala


Tal como muestra el mapa eclesiástico de España, Albacete es una de las provincias que cuenta con las cifras más bajas de seminaristas ordenados. La demografía, las comunidades cristianas más fuertes y las diócesis con directores vocacionales más activos, son algunas de las razones que enumera Ginés a la hora de determinar por qué una diócesis cuenta con un mayor o menor número de seminaristas ordenados. Además, los núcleos urbanos aportan más seminaristas que los espacios rurales debido a la presencia de comunidades cristianas más activas y potentes.

La otra cara de la moneda son las provincias de Madrid, Sevilla y Toledo. También destaca un caso sorprendente: las cifras de la Conferencia Episcopal muestran un ‘reducto galo’, el Colegio Internacional Bidasoa. Este centro registra cada año más seminaristas ordenados que la suma de muchas diócesis españolas. ¿Por qué estas regiones? El jefe de sección de Religión en Libertad apunta varias posibilidades. Madrid concentra una gran población (3,166 millones en 2016), mientras que en Sevilla hay más devoción religiosa. Por otro lado, Toledo presenta una de las diócesis más activas y que más misioneros envían a Hispanoamérica.

El gran descenso empieza en la época de Galdós

Pepe Rey, católico pero criado en el ambiente progresista de Madrid, viaja a la ciudad ficticia de Gorbajosa para casarse con su prima Rosario. Allí conoce a Inocencio, cura del pueblo, quien conspira para frustrar su compromiso en favor de los intereses de su familia. Junto a su tía Doña Perfecta, descubre un mundo en el que tras una apariencia de religiosidad se ocultan la hipocresía y los intereses ocultos.

Alfonso Pérez Agote, catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, ha participado en estudios del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y ha observado de cerca cómo España fue perdiendo la fe durante el siglo pasado. Alude al escenario de Galdós de finales del siglo XIX para mostrar el primero de los tres grandes descensos de religiosos que se han dado a lo largo de la historia reciente de España.

El segundo tiene más que ver con la integración de España en el escenario globalizado durante los años setenta. Con el aumento del poder adquisitivo en las clases medias, comienza a gestarse un contexto en el que las encuestas muestran más agnósticos y más católicos no practicantes.

Mientras la herencia cultural cristiana permanece, la religiosidad se encauza hacia actividades ajenas a la Iglesia. Los jóvenes actuales, hijos de la Transición, empiezan a aparecer hacia 2005 en las encuestas como ateos. La motivación que llevó a sus antepasados a realizar actividades con la Iglesia, son encauzadas hacia acciones de tipo social.

“Tú preguntas a una clase de jóvenes qué va a hacer un fin de semana y te asombrarás al ver la cantidad de gente que está metida en cosas políticas o de tipo político. Visitar a presos en las cárceles, ayudar a ancianos, inmigración… Te encontrarás un porcentaje que nunca habrías imaginado”, explica Pérez Agote.